Redacción: Alexéi Tellerías · Foto por: Pedro Genaro
 
Uno de mis recuerdos de infancia va hacia una colección de serigrafías que mis padres tenían en la habitación principal. De todas ellas, llamaba mi atención una alegoría a la recogida de caña de azúcar, con un gigantesco sol cuyos tonos de amarillo y rojo creaban una circunferencia semi gigantesca. Ese fue mi primer contacto con la obra de Guillo Pérez. 
 
Desde aquel entonces Guillo fue, a mi entender, parte de ese tridente importante del arte dominicano, cuyas otras dos puyas eran conformadas por Silvano Lora y Cándido Bidó, ambos desaparecidos en 2003 y 2011. Este domingo 9 de marzo hemos amanecido sin Guillo, discípulo aventajado de Yoryi Morel, cuya boina negra y larga barba blanca lo hicieron icónico, sumado a los colores de su paleta y su singular uso de la espátula al crear, que le permitieron crear impactantes efectos de colorido.
 
Pérez, nacido en Moca el 3 de marzo de 1926, asciende al parnaso de la inmortalidad artística. Nos duele despedirlo físicamente pero los artistas no nos abandonan. Y Guillo Pérez no va a dejarnos mientras quede su prolífica obra para recordarnos la luz tan particular del Caribe en que hemos sido condenados a (¿o bendecidos de?) existir. 
 
Hasta la próxima, Guillo. Recordaremos por siempre tus gallos, tus carretas de caña y tu estilo tan tuyo de retratar la cotidianidad. No se me ocurre una mejor frase de despedida que la dicha ayer por el dramaturgo Giovanny Cruz en Facebook: "El Maestro de maestros Guillo Pérez vivía como artista, miraba como artista, caminaba como artista, sentía como artista, vestía como artista, siempre parecía artista... porque eso exactamente era. Y uno extraordinario. ¡Paz a sus restos!".