Las postrimerías del siglo 20 dominicano tienen una historia que lleva su propia vibración. Desconocidas para la mayoría, los años posteriores a la caída de Trujillo fueron de convulsión permanente que culminaron en el conflicto bélico de Abril de 1965, y en la posterior guerra patria que se convirtió al llegar las tropas interventoras norteamericanas junto con la llamada “Fuerza Interamericana de Paz” de la Organización de Estados Americanos. Santo Domingo era, para ese entonces, un hervidero de jóvenes ansiosos por ejercer su derecho a la palabra que les había sido cercenado durante la larga noche del trujillato, y por eso surgen, en los días de Abril 65, iniciativas como el “Frente Cultural” formado por el extinto artista plástico Silvano Lora, que congregó a distintos exponentes de las artes y la literatura al servicio de la causa constitucionalista.

 

De acuerdo con el historiador Alejandro Paulino, la confrontación bélica de abril del 65 y la participación de los escritores de la Generación del sesenta en ella, “abrió la puerta a las definiciones teórico-prácticas” con que se llevó la poesía a un nivel de compromiso con la cotidianidad y los intereses políticos-ideológicos de una parte de los escritores dominicanos. Continúa señalando que el medio para cumplir con esos fines fueron los grupos literarios, “y la competencia entre ellos el reflejo vulgar de las líneas partidarias de la época”.

El autor Ramón Francisco, en si libro “Literatura Dominicana 60”, sostiene que una característica generalizada de estos autores era “la rabia que nacía de la impotencia”, hecho que los hermanaba con la llamada “Generación del 48”, pero con la diferencia de que les tocó vivir y participar “en la hechura de un tiempo radicalmente distinto”.

Para finales del 1965, un grupo de jóvenes escritores encabezados por Antonio Lockward, Miguel Alfonseca y Ramón Francisco e integrados por Iván García, Enriquillo Sánchez, René del Risco y Mauricio Veloz Maggiolo, crearon el grupo literario “El Puño”.

Sobre este grupo, señala Lockward, se le denominó así tratando de entrar en el tipo de corriente que había por toda América Latina “que se materializaba con la formación de peñas o grupos de jóvenes intelectuales contestatarios”.

Y en este sentido, a sus integrantes  les gustó mucho el nombre de un grupo colombiano que se había creado en ese entonces, llamado “El Pan Duro”. “El Puño”, sin embargo, no tuvo un manifiesto literario como tal, y su primera publicación, sostiene Antonio, fue el poemario “Hotel Cosmos”, de su autoría, donde en su contraportada se incluyó una viñeta de un puño cerrado, autoría de Iván García.

La formación de “El Puño”, cita Paulino, fue anunciada en la revista Testimonio Número 17, de Enero de 1967.

Sin embargo, fruto de una serie de diferencias con las corrientes que registraban apogeo en ese entonces (eran los años del “Boom” latinoamericano impulsado desde Europa, a lo cual escritores como Lockward se oponían, defendiendo los puntos de vista del escritor dominicano Juan Isidro Jiménez Grullón acerca del formalismo y del irracionalismo filosófico.

Más aún, dice el autor de “Yo canto al tanque de lastre del Regina Expres”, la oposición al “boom” llegaba a plantear que esa no era una nueva literatura latinoamericana, sino más bien “una vieja europea que nos querían plantear como nueva”. Es así como, en 1966, como un desprendimiento de “El Puño” y reagrupamiento de escritores que no estaban vinculados a grupos, surgió “La Isla”.

Con ese nombre, inspirados en el escritor haitiano Jaques Viau (quien murió durante la guerra del 65) se intentó romper con el aislamiento de los dos los pueblos que ocupaban “La Española”. Lo dirigió Antonio Lockward y estuvo integrado por Fernando Sánchez Martínez, Pedro Caro, Wilfredo Lozano, Jimmy Sierra, Andrés L. Mateo, y Rutinel Domínguez.

Para 1967, influenciado por los poetas de los grupos anteriores, apareció “La Antorcha”, dirigida por Mateo Morrison, Enrique Eusebio, Rafael Abreu mejía, Soledad Álvarez y poetas que habían pertenecido a las otras dos corrientes.

Reseña Lockward, que es para el 66 cuando se inicia la tradición de realizar peñas literarias entre los integrantes . La peña de “El Puño” se reunía en la casa de Ramón Francisco, y la de “La Isla” se efectuaba en el Club Serra Aliés, en la calle Enriquillo de Villa Francisca.

El autor resalta también el trabajo de “La Máscara”, el cual, cita, era un agrupamiento de gente joven un poco “más conservadora”. Sus integrantes fueron principalmente, Héctor Díaz Polanco (teórico de la agrupación), Lourdes Billini y Aquiles Azar, y su principal aporte el impulso de la cuentística dominicana. “Discutieron algunas cosas con nosotros, yo fui muy duro con ellos”, dice Lockward Artiles.

Para Alejandro Paulino, La Máscara nace en la época en que la poesía “salió de la trinchera y se refugio en el piano bar, los cinematógrafos y las piernas de las oficinistas”. En esto cita a Alexis Gómez Rosa. Señala también que en esa época el tema urbano constituye “la fuente primaria de inspiración”.

Sus integrantes y los que luego van a formar otros grupos, son “muchachos nacidos y educandos en la ciudad, estudiantes universitarios, activistas políticos, militantes de partidos revolucionarios, o simplemente profesores, actores, publicistas”, continúa.

Las peñas eran, rígidas, contundentes y, hasta cierto punto, hostiles. En el caso de “La Isla”, refiere Antonio Lockward, lo era en el sentido de que se escuchaba la producción de cada uno de los integrantes del grupo, y cuando se terminaba de leer un poema, los comentarios y críticas eran bastante fuertes, como decir “pero qué buen bolero, tú deberías dedicarte a ser bolerista”. Pero “eso obligaba a la gente a superarse”.

En las peñas también se programaban las actividades del grupo, con una proyección particular hacia los clubes culturales populares, dado que los años sesenta y setenta fue un período en que estos tenían una vigencia “muy interesante”.